Relatos


Queridos amigos:

En esta ocasión os traigo un precioso y tierno relato de un buen amigo Isaac Pachón, que nos ha permitido compartirlo con todos vosotros y os invito a que visitéis su blog porque tiene unos escritos maravillosos, aquí os dejo su enlace:

http://ipachon24tobecontinued.blogspot.com


EL CIELO

… subía los escalones de dos en dos entre carteles que pedían “silencio por favor” y un fuerte olor a desinfectante, mientras su mujer embadurnada en gotas de sudor, sufría el insoportable dolor de unas contracciones que ya duraban casi nueve horas.

El reloj de pared de una de las salas de espera marcaba las siete y cuarto de la mañana.

No muy lejos de ellos, un anciano con su nieto esperan a que llegue su turno, con el evidente nerviosismo del pequeño, que no dejaba de hacer preguntas al anciano.

- Abuelo, ¿me harán daño? - preguntó el crío.
- Estate tranquilo, ¿tú crees que tu abuelo dejaría que te sucediera algo malo?
- No sé, creo que no - dijo con una sonrisa inocente y encogiéndose de hombros.

Aquella respuesta hizo reír al anciano. Aunque esos tres o cuatro segundos de risas no hacían más que enmascarar la preocupación que sentía por la intervención a la que iba a ser sometido el niño, solía ponerse nervioso en situaciones complicadas, porque el salvarlas, pensaba, no estaba en su mano.

El niño miró al abuelo asustado al escuchar los chillidos de la parturienta, que por lo cerca que se escuchaban no andaría muy lejos de ellos.

En otro plano, Mateo casi tropezaba con el último escalón que daba a aquel largo y vacío pasillo, el lado derecho de éste repleto de sillas oscuras y al fondo un par de siluetas parecen levantarse, justo enfrente, plateada y con un gran ojo de buey, la puerta que daba paso a las buenas o malas noticias. Sabía que como en las grandes ocasiones, y ésta era sin duda la más importante, no lograría vivirlo como si fuera real y tendría que conformarse con hacerlo como un sueño, para más adelante comprobar que no lo era. Su mayor alegría, pensar que iba a ser padre, su mayor pena, saber que el suyo, que falleció pocos meses después de conocer el embarazo, no podría vivirlo, todo ello era una mezcla de sentimientos que le hacían no poder pensar con claridad.

Anna, entre gemidos, no dejaba de respirar hondo y entrecortado, mirando aquel cristal opaco que esperaba ansioso intuir la llegada de su marido, cuando oyó la voz de éste junto a la de una enfermera que lo invitaba a entrar. Unos instantes eternos que dieron paso a un hombre ataviado con bata, gorro y patucos del color de la esperanza observados por una mirada lacrimosa y desencajada.

- ¡Has tardado cariño! - exclamó la chica en un solo suspiro.
- No he podido conducir más deprisa – contestó Mateo mientras dejaba que su mano fuera estrechada con fuerza.

Mateo intentó no perder detalle, paredes vestidas de goma y suelos calzados con vinilo eran el atuendo asignado para el evento. Uniformes pintados en blanco, herramientas cromadas y una dilatación insuficiente en forma de primera sacudida. Batas salpicadas en rojo, utensilios empañados y pinzas obstétricas a punto de salir a escena.

Muy cerca de allí, y en plena intervención, el abuelo seguía al lado de Carlitos, que así se llamaba el nieto, dándole consejos para cuando fuera mayor, de esta manera la espera se iría haciendo más corta y el momento pasaría más rápidamente.

- ¡Abuelo, creo que me están haciendo daño! – exclamó preocupado el niño.
- Sopla con fuerza y piensa en algo que te guste mucho – dijo el abuelo en un intento de tranquilizar al crío.
- No sé, ¿nadar? - contestó Carlitos.

Y aquella respuesta cogiendo la apariencia de un lápiz dibujó un guiño en la cara del anciano.

- Si no conseguimos que dilate más habrá que usar los fórceps – pudo escuchar Mateo a una de las enfermeras de la sala.

Empezó a temerse lo peor, le pasaba siempre que no controlaba la situación o que algo no dependía de él, mientras Anna gritaba como nunca antes lo había hecho.

La situación era complicada.

La comadrona intentaba estirar de la cabeza de la criatura, pero ésta no encontraba espacio.

El abuelo seguía animando a su nieto, dándole fuerzas para tirar la situación adelante, no dudaba del poderío del crío pero empezaba a tener dudas de que todo fuera a salir bien.

- ¡Vamos hijo! Tienes que ser fuerte, ésta quizás sea la primera situación difícil de tu vida, pero tienes que ser un valiente – exclamó el anciano.
- ¡Y lo seré abuelo! – replicó el niño.

Justo en ese instante Carlitos asomaba la cabeza, rodeado de focos halógenos, miradas de felicidad y suspiros de alegría. Y en el mismo momento en que el crío prorrumpía con su primer llanto, su abuelo Carlos, en forma de angelito, y sin poder evitar echar un última mirada atrás, volvía a ese lugar donde pertenecía hacía ya unos meses.

El cielo.

Un beso para todos, os quiero
María.

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